View Colofon
Original text "Esmeralda da depressão" written in PT by Luis Brito,
Other translations
Published in edition #2 2019-2023

Esmeralda

Translated from PT to ES by Sara De Albornoz Domínguez
Written in PT by Luis Brito

Esmeralda


Velas en vez de lámparas. Baldes en vez de bidés. Abortos accidentales, legales y en abundancia. Era la Edad Media, y otro parto casero tenía lugar. Feliz, nació radiante y se trataba de la primera niña con los ojos azules. La primera vez que nacían en la Tierra, por debajo del cielo celeste, oculares tonos de lo que está por encima, y no por debajo. El primer milagro de la estética, los ojos marrones o negros del reino nunca habían visto nada igual.

La mujer salió a la calle. Llevaba hortalizas ecológicas en una mano y a la recién nacida en la otra. Quería llegar a la iglesia para mostrar aquello, tal vez el cura supiese lo que quería decir, tal vez estuviese escrito en los escritos, o tal vez lo supiera el obispo, si el cura no lo sabía. Antes de nada, las bendiciones y, con ellas, la seguridad de que no las quemarían vivas, ni a la madre ni a la hija, que no eran brujas ni putas, ni tenían culpa de aquello.

«Aquello» podía ser obra del diablo. Aun así, nunca se sabe; la mujer pensaba en la belleza y la inocencia. En la Edad de las Tinieblas había resquicios de sentido común, como ahora, como siempre, resquicios.

No fue necesario llegar hasta el obispo, ya que el propio cura la recibió y le dio enseguida la bendición, para alivio de la angustiada madre, aunque a condición de que lo acompañara a ver al rey. El rey también la recibió y organizó de inmediato un banquete, para celebrar el milagro.

Trajeron carne de pavo ecológico, puré de boniato ecológico, uvas ecológicas, cosas que no había en aquellos tiempos. La madre, hambrienta, boquiabierta y, más que nada, aliviada, estaba sorprendida con la grandeza del castillo, tan bonito por dentro como por fuera. Y los nobles propusieron —como quien dice, impusieron— que la hija viviese en la corte. Propusieron —como quien dice, impusieron— llamarla Esmeralda y, después, que la madre no se quedara, que la niña fuera entregada a las amas, que ellas sabían lo que hacían.

La madre podría visitar a la pequeña una vez al mes, y recibiría una bolsa de monedas cada vez que fuese a verla. Derechos son deberes, deberes son derechos y, con esa bolsa, siempre podría alimentar a los demás hijos biológicos, que iban naciendo o muriendo según los caprichos de la luna.

Dejaron a Esmeralda en el cuarto oscuro del palacio. Científicos y consejeros lo acordaron y se apresuraron, asegurando que Esmeralda debía ser puesta a buen recaudo como una perla, lejos de miradas indiscretas y, sobre todo, de la luz, que seguramente quemaría aquellas joyas, aquellas lentes azules, las primeras de todas, guardadas en la pequeñez facial de un hermoso bebé.

Vinieron cortejos de todos los rincones del reino para ver el azul. Se asumió que la Edad de las Tinieblas iba a terminar, pues grandes cortejos venían a ver el milagro, a conocer a la nueva hija real que, con su sangre azul, ahora producía ojos azules y, así, probaba la pureza del linaje, la grandeza de aquella nación, una superioridad cavernosa sobre los pueblos de alrededor.

La noticia llegó lejos, subiendo montañas, planeando por valles hasta los reinos vecinos, que se apresuraban a comparecer, representados por diplomáticos. Traían regalos de las Indias, elefantes y monos ecológicos de África, especias de China, sostenes de lana, cosas que no había en aquellos tiempos. Las ovejas parecían más gordas, las planicies más planas, las tinieblas más azules. Fueron tantos los regalos, tantos los obsequios y tantas las ofrendas, que el reino, ya acaudalado, se volvió escandalosamente rico. Se convirtió en imperio y hoy, en la decadencia, hay quien dice que es a causa de los ojos de Esmeralda que la bandera de aquel rectángulo, en los tiempos de la monarquía, era azul y blanca. La niña de los ojos azules tenía ya diez años y era un tesoro oculto. Cuando el rey daba fiestas, siempre la llamaba para que los embajadores la vieran y la admirasen en redondilla, y allí iba ella, sacada del cuarto oscuro que la protegía de la luz de la vida, vestida a toda prisa por las amas, limpiándose las lágrimas de soledad y esclavitud, enseñada a fingir.

«Tiene los ojos azules porque nuestra sangre es azul».

«Ha sido enviada por Dios para probar la pureza del noble linaje».

«Son las esmeraldas del imperio, pero ¿dónde está su madre?», preguntó alguien, guillotinado después por preguntar por alguien.

Esmeralda lloraba más, era un mar de lágrimas, y volvía al cuarto oscuro. Debido a la oscuridad, solo veía una silueta triste y absurda, sin llegar a entender aquello que era su sombra. Y en los banquetes los ojos le brillaban aún más, a causa de las lágrimas, que no tenían fin y que la bañaban. Los ojos, cuanto más tristes, más azules. Eso hacía que los invitados bebieran más, que el rey estuviera más gordo y el imperio se hiciera más rico.


DEPRISA, DEPRISA


Deprisa, deprisa, depresión.

Fue tan rápido que fue súbito, el día en que todo cambió.

Se acabó internet, de un día para otro, en un instante, como una ardilla, como un tiro.

Así fue: se acabó internet, muy rápido, deprisa, deprisa, depresión.

João fue el primero en darse cuenta, pues él fue quien inventó el fin de internet. Iba de camino al trabajo, deprimente, salido de casa de su madre, que tenía una depresión clínica, diagnosticada, justificante. Deprisa, deprisa, depresión, João pensaba en lo que era la depresión. Filosofaba, y eso es algo de lo más aburrido. Era una cosa social, no era solo suya, la veía por todas partes, no era solo una realidad social. La depresión era una ley universal, en depresión está todo bajo presión, es decir, todo lo que existe, debajo del cielo y también encima de él. La vida se hace cuesta arriba.

Pero su madre tenía una depresión diagnosticada; eso era otra historia. Una depresión clínica es la cima de la depresión social, una cumbre hacia abajo, la caída más abismal que se pueda imaginar; es, de hecho, un desamparo que va más allá de la imaginación. Quien no sabe lo que es una depresión clínica es incapaz de entender en qué consiste, al igual que es incapaz de volar, montar en bicicleta con los ojos cerrados o nadar dos horas debajo del agua. João, en su depresión, que era la de la madre, que era la de la sociedad, que era la de la condición humana, podía sospechar cuál era el sabor, cuál el saber, de un estado al que llaman depresión profunda.

La madre estaba encerrada en casa desde hacía tres meses. João entraba y salía de la casa que parecía una mazmorra, la depresión pegada a él, como unas alas. João solo abría las ventanas de la casa para cambiar el humo del tabaco por aire menos viciado. Le daba de comer. Si la madre anciana conseguía comer sola, el pobre sentía que había alcanzado una pequeña victoria.

La depresión es contagiosa. Atrapa a la madre de João, que se la pasa a João, que va al trabajo deprimente, que deprime a las personas. João trabajaba en una tienda de fotocopias e impresiones.

le resultaba impresionante y deprimente

la cantidad de cosas deprimentes

que imprimía diariamente.

Trabajos de Derecho, tesis inútiles que nadie leería, cartas para ligues fallidos, folletos publicitarios. Tazas con fotografías de calvos, alfombrillas de ratón para marcas de laboratorios o empresas farmacéuticas, vendedores de antidepresivos que eran deprimentes. Fotografías de parejas engañadas por el amor, ampliadas en un lienzo. Pegatinas para poner en el coche. Contaminación rima con depresión.

Era invierno, y eso agravaba, obviamente, las depresiones. El sol solo brillaba de vez en cuando, había muchos días de lluvia, demasiadas nubes, pocos días de luz… ¿Hay algo más deprimente que eso?

Aquel día de invierno, en cambio, el sol salió. Estaba en el parte meteorológico. Pero era diciembre y el sol era tímido y pálido, como João y las personas que deambulaban junto al río, disfrutándolo. Ese sol tímido y pálido hacía a las personas pálidas casi menos tímidas. Ya casi se miraban las unas a las otras, casi sonreían, casi vivían, por lo menos allí, a la orilla del río, por lo menos allí, aquel día de invierno con sol.

João caminó hacia arriba y hacia abajo, junto al río tranquilo, tratando de sacudirse la depresión. Cerró los ojos, se puso de cara al sol, se curó alguna cosa. Mirar a los demás lo ponía más triste. Es muy grave que suceda esto, sobre todo a alguien que, como él, trabaja de cara al público.

Miró el reloj tan deprimente. Decía que era hora de ir al trabajo, de atender las depresiones de los demás. En aquella tienda, se sentaba en un asiento malo para la espalda, hacía pedidos por e-mail, imprimía en color, en blanco y negro, a dos caras, pequeños y grandes formatos. De una u otra forma, era depresión. Camisetas con frases deprimentes, sudaderas con frases deprimentes, regalos de Navidad. Tarjetas de crédito que no funcionaban, ordenadores atascados. El proveedor de cartuchos de tinta que llega tarde, y encima la factura es más cara, por causa de alguna depresión. El hombre que trae los cartuchos no puede hacer nada, responde, informa, atiende, ni siquiera tiene derecho a ser él mismo.

El día terminó. Se fue a casa. Ya no había sol para nadie. Cuando llegó a casa, la madre estaba mirando el teléfono.

Había dos victorias en los días de João: cuando la madre comía sola y cuando entraba en las redes sociales. Se pasaba todo el invierno en aquella depresión, parada y atrapada, mirando al vacío. Solo conseguía, de vez en cuando, navegar por las redes sociales, y eso si había comido. Cuando lo hacía, era señal de mejoría; al menos movía los dedos y los ojos, había un resquicio de vida dentro de ella.

Una depresión clínica y diagnosticada es eso: una persona está tan triste que no se mueve. Es como si estuviera muerta. Fue ese día cuando João decidió dejar de pagar la cuenta de internet.

More by Sara De Albornoz Domínguez

Sín titulo

Mis dedos, toscos por el trabajo y la vejez, me arañan las mejillas cada vez que me seco estas lágrimas que no me abandonan. Estoy convencida de que el mar no tiene fin y no sé de dónde me nace tanto sufrimiento, si ya estoy muerta por dentro. ¿No habrá paz después de que todo termine? Nunca he visto el mar, pero sé cómo se hacen los caminos. Al agua nadie la atrapa, va siempre por donde quiere, pero yo sé encauzarla y sacar partido de esa tenacidad suya, antes de que se me vuelva a escapar y huya hacia los confines para llenar los vacíos de mi desconocimiento. Todavía no he llegado a vislumb...
Translated from PT to ES by Sara De Albornoz Domínguez
Written in PT by Daniela Costa

Fragment of a diary

Prólogo Durante años, me bombardearon con historias sobre Angola. Historias que van de un extremo a otro, de quien se enamora al primer vistazo y se siente como en casa en este país o de quien lo odia y no es capaz de adaptarse. Historias delirantes que parecen ficción, porque hay algo dentro de ti que te dice que no pueden ser reales. Siempre pensé que exageraban bastante y, tal y como dice el refrán indicado para esta ocasión, cada cual cuenta la feria según le va en ella y, en este caso, con bastante imaginación. Durante años, no estaba segura de si conocer o no este país tan místico. H...
Translated from PT to ES by Sara De Albornoz Domínguez
Written in PT by Patrícia Patriarca

Pastel de tapioca

El rugir del motor de la furgoneta de la asociación anunciaba que ya era la hora de comer, en aquel día en que el sol ni se veía de tanto que quemaba. El viejo estaba debajo de la higuera; llevaba una camisa muy sucia, toda desabrochada, con una sonrisa irónica en la boca cerrada para sujetar el cigarro. Se quedó mirando cómo la brasileña —dos grandes manchas húmedas bajo los brazos y la espalda del uniforme igualmente empapada— salía del vehículo, cogía las fiambreras y se dirigía al anexo que funcionaba como cocina, donde él solía estar. —¡Tío João! ¡Tío João! La risa le hacía contraer to...
Translated from PT to ES by Sara De Albornoz Domínguez
Written in PT by Daniela Costa

Cosas que nunca cambian

Yo aún estaba vacío de miedo hacia ti, por eso levantaba la mano, pidiendo la descendencia de la tuya. Y tu mano ahí descendía, música de ascensor, como paños calientes, tenía venas como los recodos de las serpientes siempre sigilosas, te mordías las uñas hasta que encogían como conchas, y tu mano ahí descendía, descendencia para darse a la mía, y nos entrelazábamos por medio de esas lombrices que son los dedos. Pobre de ti. Antes de eso, me llevaste en brazos, susurrabas canciones de cuna en medio de la noche cuando tú también necesitabas roncar. Me limpiaste el culete varias veces, tocaste c...
Translated from PT to ES by Sara De Albornoz Domínguez
Written in PT by Luis Brito

Sin título

Tumbada de espaldas, en el suave confort de las sábanas, con la mirada fija en un punto invisible del techo de la habitación, Carlota se esforzaba por regular la respiración que se mantenía alterada desde que el sueño ansioso que estaba teniendo la despertó. Ya ni se acordaba de lo que estaba soñando realmente, solo recordaba la sensación desesperada de ese despertar abrupto en mitad de la noche. Y desde ese momento intentaba de todas las maneras posibles, pero sin éxito, bajar el ritmo cardiaco. Desistió, echó hacia atrás el cobertor y se levantó de la cama, no sin antes escuchar una queja en...
Translated from PT to ES by Sara De Albornoz Domínguez
Written in PT by Patrícia Patriarca
More in ES

El descenso del abejorro

Día cero       Sus dedos volvieron a escaparse casi automáticamente hacia el móvil que había dejado junto a la sopa. No es que esperara algo quién sabe cuán interesante en la pantalla, pero la costumbre no lo dejaba en paz. Prefería desactivar la aplicación de citas en línea cada vez que volvía a casa de visita durante unos días. Y todavía no tenía del todo claro si lo hacía por él y su familia, ya que se sentiría incómodo si los ponía en una situación embarazosa, o si lo hacía para protegerse de las molestias de segunda mano, porque no aguantaba ver entre los perfiles apodos torpes y fotograf...
Translated from SL to ES by Xavier Farré
Written in SL by Agata Tomažič

Por fin tienes un cuarto para ti solo

Estoy incómodo, pero no me atrevo a moverme para no despertarte. Estiro  la espalda y se me pasa un poco el malestar. Estoy medio sentado en el  borde de la cama, dejando todo el colchón para ti. Tú estás sumido en un  profundo sueño y yo aprovecho para acariciarte el pelo con dulzura. No te  gusta que lo haga cuando estás despierto.  Solía desquitarme en el sofá. Poco antes de que te durmieras, acu nado por un día de juegos y carreras, te ponía a ver los dibujos animados.  Era entonces cuando te llenaba de mimos, que sólo aceptabas por encon trarte en un estado de semi consciencia. Te dejabas...
Translated from PT to ES by Lara Carrión
Written in PT by João Valente

No den comida a los monos

Luz llevaba más de media hora esperando bajo el sol. De vez en cuando, re corría la acera de un extremo a otro para desentumecer las piernas y aliviar  el peso de la barriga. Sus ojos se movían con rapidez entre los coches que  circulaban por la avenida, especialmente cuando se oía un acelerón. Pero  nada.   Decidió refugiarse del calor bajo el alero del edificio. Fue entonces  cuando, detrás de un autobús, apareció zigzagueando el pequeño coche  rojo. Luz vio cómo Jaime frenaba en seco y se ponía a tocar el claxon repeti das veces, como si llevara un buen rato esperándola. Ella aguantó un poc...
Written in ES by Roberto Osa

PISK

El 28 de noviembre de 2020, un mes después de que el politizado Tribunal Constitucional prohibiese el aborto en Polonia, Magda Dropek, una de las organizadoras de las protestas de mujeres en Cracovia, escribió en Facebook: «Llevo varios años apoyando las protestas callejeras y durante todo este tiempo he estado segura de una cosa: no sé gritar ni corear, soy demasiado caótica para hablar con eficacia y lógica, por eso siempre se me ha dado bien trasladar mis pensamientos, pero al papel o a la pantalla, escribir, comunicarme sin voz. Esa es otra: mi voz, no soporto mi voz. Durante las últimas...
Translated from PL to ES by Joanna Ostrowska
Written in PL by Aleksandra Lipczak

La llegada

Las cosas se fueron de madre la mañana de un domingo de agosto, en la que los primeros transeúntes de la plaza Parvis de Notre-Dame, empleados que trabajaban en los bistrós de la zona, avistaron el objeto. Era algo parecido a una bala gigante colocada en el suelo, con la punta mirando hacia la catedral y la base hacia la Prefectura de Policía. A simple vista, el proyectil medía cerca de veinte metros de largo y cinco de diámetro. Los camareros y propietarios se acercaron con curiosidad, lo rodearon, se encogieron de hombros y se marcharon a abrir sus restaurantes. Esto ocurrió sobre las siete....
Translated from RO to ES by Luciana Moisa
Written in RO by Alexandru Potcoavă

No quiero ser un perro

ACABAR CON EL MAL DE AMORES, tecleo. Esto tiene que terminar ahora. Veo historias de gente, no quiero historias, quiero soluciones, no compasión. TRANSFORMACIÓN, tecleo. Google dice que se da transformación en las matemáticas y en la genética. Elijo la segunda y hago de ella mi primera elección. Estoy cansada de este cuerpo que ha besado demasiada gente, que quizá esté dañado —me he conducido de manera temeraria, demasiado ocasional; tiene que desaparecer, ser distinto y mejor. Transformación genética. Una cura detox con zumos resplandece en la pantalla. «Transfórmate en una nueva versión de t...
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Alma Mathijsen